Sunday, November 13, 2005
comelibros: patios futuros
Una pequeña trama. Ediciones B publicó “Ygdrasil” de Jorge Baradit. Pancho Ortega la presentó además –y antes- de haber escrito algo para la contraportada. Yo también lo hice. La novela está haciendo ruido. Los chicos de TauZero le hicieron un especial on-line en versión pdf. Escribí algo ahí. Esos mismos días Fuguet fue a alguna parte de USA y descubrió a Chris Ware y se leyó a Neil Gaiman. En el medio, le preguntaron los académicos yanquis sobre “Ygdrasil”, que ya tenían fotocopiada. En esos mismos momentos, en otro lugar del multiverso, yo escribí esta columna, sin saber nada de lo anterior y que amplía ciertas ideas que vengo sosteniendo hace rato respecto a nuestra lectura del canon nacional. Entretanto, una noticia alegre: reeditan el imprescindible y blasfemo volumen de Fresán “Vida de Santos” con más páginas y bonus y cosas así. La primera portada –donde salía Jesucristo o su hermano gemelo con unos lentes Ray Ban negros- era tan insultante que llegaba a dar gusto. Tengo el libro por ahí. Creo que lo miraré de nuevo. Son días raros.Mientras, una fotito de José Victorino Lastarria, santo y pecador y romántico, un político de choque con demonios en la cabeza.
Hay días en los que pienso en que de José Victorino Lastarria a José Donoso hay sólo un paso: la presencia de una tradición secreta de una literatura fantástica chilena. Una suerte de vertiente marginal de ese canon realista nacional al que han acudido alternativamente también y por ejemplo Manuel Rojas y Braulio Arenas, entre otros, casi como quien visita un pornoshop. Eso porque nuestra ficción, en su obligación por ser alta cultura, se vende a sí misma como un producto sofisticado que esconde a los monstruos bajo la cama.
Tal vez por eso me caigan bien las obras menores de Donoso o “La secreta guerra santa de Santiago de Chile” de Marco Antonio de
Para Correa -como Asimov- la ficción era un laboratorio de especulación sobre la utopía. Recuerdo a Hugo Correa y pienso en Lastarria, en cómo el hecho –o la trama, más bien- de que en el siglo XIX un país adolescente eligió una interpretación del libro y desechó otra, al optar por la alegoría documental de “Don Guillermo” y despreciar el decorado –con el Chivato, una maldición infernal y, cómo no, Valparaíso casi gótico- de las primeras páginas del libro y cómo eso, a la larga definió el vuelo de nuestro imaginario. El resultado de eso lo vemos ahora: es raro leer ciencia ficción o fantasía o terror en un país donde la narrativa y la poesía corren desesperadamnte para captar las fotos del presente, pero en cierto modo se me antoja como una tarea necesaria.
Pienso en eso ahora mientras recuerdo a Correa y reviso “Ygdrasil” la flamante novela de Jorge Baradit. No voy a comentarla acá. Escribí un comentario en la contraportada y un artículo para un e-zine del fandom. Sólo voy a agregar que Baradit me interesa pero no por lo nuevo, sino por justamente lo viejo del asunto: esa matriz fantástica siempre ha estado ahí pero no la hemos querido ver, no la hemos tomado en cuenta. Ha sido más secreta que toda nuestra poesía, ha crecido descuidada, no ha tenido lectores. Pero ha estado ahí. Ha resistido.
Y ese gesto, más que anacronismo, ha sido de avanzada. Se ha preocupado de nuestros monstruos y distopías, de nuestras visiones de futuro, de los cadáveres que guardamos en el armario. A lo mejor hemos leído de manera equivocada. A lo mejor Donoso y sus mendigos sin lengua o De