Wednesday, February 01, 2006

 

Perec: el crucigrama de la memoria


Hace años el director yanqui P.T. Anderson (“Magnolia”, “Boogie Nights”) confesaba en entrevista que las historias de sus cintas –obras corales, regidas por el horror y el azar- venían de las listas que hacía. Que las listas, en algún momento se transformaban en relatos. Que esa era su manera de filmar, su modo de escribir.

No sabemos si al francés George Perec (1936), de estar vivo hubiera tenido algo que decir del cine de Anderson o del de nuestro Raoul Ruiz, otro enciplopedista improvisado. Lo que sí sabemos sí que George Perec (1936) fue huérfano, judío, freak de los diccionarios, redactor de crucigramas y que se propuso construir una obra singular regida por la consigna de ceñirse a extrañas que él mismo se establecía. Sabemos también –y esta es la pista que podría dilucidar el crimen, en el caso de que hubiera uno- que fue miembro del OULIPO (“Ouvroir de Littérature Potentielle”, donde estaban entre otros Raymond Quenau y Calvino) que era “una especie de secta de matematifílicos practicantes de los juegos de lenguaje con bastante más humor que los zombis de Nouveau Roman”, al decir de Frederic Beigbeder. Sabemos, intuimos, que su biografía, que ninguna biografía por supuesto, jamás dice nada.

Mejor mirar los libros. Y estos son impresionantes casi siempre: textos donde destacan la obsesión moderna por los objetos (“Las cosas”); una novela sin la letra “e” (“La desaparición”); amén de los esfuerzos –y bajo la influencia de su amigo/socio/maestro Quenau- por disectar ciertos espacios hasta la extenuación. (“Tentativa por agotar un lugar parisino”, “Especies de espacio”), entre otros. Eso, sin contar su novela fundamental: “La vida instrucciones de uso”, que es la asombrosa construcción de un universo completo regido por su propia y vanguardista fuerza de gravedad, algo sin parangón: una novela de seiscientas páginas sobre un caserón de la capital francesa (el Nº 11 de la calle Simon Crubellier), donde el lector se traslada de habitación en habitación –o sea, de historia en historia- siguiendo el movimiento del caballo en el ajedrez y sin repetir jamás una casilla. En ese viaje tremendo se encuentra –entre miles de cosas- con artefactos perdidos, parafraseos literarios, citas a Melville, Verne y Kafka; las historias de los habitantes de la casa; viajes, crímenes, amores, el tiempo suspendido y el tiempo recuperado al modo de un ejercicio de estilo demencial.

Todo lo anterior se exhibe en menor o distinta medida en “W o el recuerdo de la infancia”, que LOM Ediciones acaba de editar en una traducción local facturada por Gloria Casanueva y Hernán Soto; un libro que es una perfecta excusa para leer o releer -“releo los libros que amo y amo los libros que releo”- a Perec. Por supuesto se trata de una experiencia al límite de las formas. “W…” es un libro sobre cómo un autor se hace cargo de sus propios mitos de origen: Perec rastrea ahí sus lazos familiares mientras intercala una narración policial que deviene en un relato utópico. “W…” funciona de este modo como el esfuerzo de un narrador desesperado por anotar, por volver literario el vacío del olvido.

Por un lado el narrador de Perec trabaja con pequeños pedazos –fotos familiares, el polvo posado en un rincón de la memoria, calles olvidadas, tumbas solitarias, nombres perdidos en la bruma del tiempo- que van construyendo su paisaje de infancia como un recuerdo fragmentado que no llega a ninguna parte, que no completa nada pero que está ahí. La familia y sus fantasmas danzan en ese espacio: los dos padres que apenas conoció –uno muerto en el frente y la otra exterminada en Auchtwitz-; las casas adoptivas; los inviernos de una niñez difícil y una vida de fantasmas apenas percibida pero salvada como literatura, como “el último reflejo de una palabra ausente en la escritura, el escándalo de su silencio y de mi silencio; no escribo para decir que no diré nada, no escribo para decir que no tengo nada que decir.” Por otro está el contrapunto demoledor: Perec intercala al lado de su memoria, la historia de W, un islote patagónico donde se ha instalado una utopía deportiva. Perec confiesa que esa historia es la reescritura de algo que dibujó a los 12 años y luego olvidó para recordarlo, ya de adulto, en Venecia. “Todo lo que sabía ocupaba menos de dos líneas: la vida de una sociedad preocupada exclusivamente del deporte en un islote de Tierra del Fuego”. W es un territorio que Perec describe –o inventa o recuerda- desde la lógica paulatina de un campo de concentración. Hay en el lugar una legalidad arbitraria, hasta violaciones colectivas que se escenifican en el texto como un teatro de la crueldad, una distopía que anula voluntades y quiebra cuerpos. Foucault estaría feliz, pero lo que más interesa del asunto es el camino inverso que Perec traza con respecto a su propia memoria: mientras más se envilece la descripción de W, más nítido se vuelve el recuerdo de la infancia. Así, Perec comienza a recordar con más claridad.

¿Pero qué recuerda?. Libros, películas, ciudades, diccionarios. En el fondo “W…” es un exorcismo pero también la historia de un lector que descubre en las palabras la “fuente de una memoria inextingible, de una meditación, de una certeza. Las palabras estaban en su lugar, los libros cuentan historias; se podían seguir, se podían releer y, al hacerlo, reencontrar, magnificada por la certeza de que íbamos a reencontrarlas, la impresión que habíamos sentido la primera vez”. De este modo, en la yuxtaposición entre ficción y memoria se despeja la incertidumbre – aquella confesión inicial de que “como todo el mundo, he olvidado por completo mis primeros años de vida”- sino también la secreta convicción de que el horror del pasado –simbolizado, por qué no en el reino totalitario de W- sana cada vez que se lo recuerda, que la memoria familiar es en realidad una memoria literaria: lo trivial debe volverse mítico porque la única forma de pelear contra la desmemoria y la entropía.

Todo lo anterior golpea y maravilla. Por estos días, de estar vivo Perec hubiera cumplido 70 años. En 1982 se lo llevó un cáncer fulminante. De él quedaron tres cosas, por lo menos: 1) sus libros (donde “W…” se ofrece como un ejemplo perfecto de sus posibilidades narrativas), manuales de composición perfectos de una radicalidad estética y una lucidez literaria escalofriante: Perec es una vanguardia en sí misma, al modo y con el misterio textual y la complejidad de un Pessoa; 2) sus discípulos: una larga lista de hijos no asumidos o huérfanos, de secretos hermanos de armas o parientes lejanos que van desde Cortázar o Jean Echenoz hasta Enrique Vila Matas, pasando por Juan Luis Martínez; nuestra versión extraña, bartleby inevitable y chilena suya; y 3) su foto, como fetiche o síntesis de su estética. Porque la foto –o la cara- de Perec es la imagen perfecta para ser puesta en el escritorio o santuario de algún aprendiz de escritor pero además, una imagen desquiciada –los ojos abiertos impostando la locura- que señala que hemos entrado en un laberinto, que toda literatura es una broma. Los ojos abiertos como mecanismos o artefactos del sin sentido, de la burla o la exacerbación de la razón, el empuje de las formas hacia el abismo de la disolución para emerger desde ahí de nuevo, extrañamente renovadas. Hay una sonrisa enorme y torcida ahí también en la foto. Una sonrisa que no es sonrisa y que es la un tipo que sabe que la ficción es sólo un puñado de reglas hechas para doblarse, para romperse, para inventar otras. Que la forma lo es todo pero que a la vez no es nada: puñados de palabras que se juntan para dibujar los planos de una casa, solucionar algún crimen, anotar la vida, remediar el olvido.

Revista de Libros, 27 de enero del 2006


Comments:
Qué tipazo este Perec.

En varias entrevistas escuché a Bolaño nombrar aquel apellido: "Perec", que sonaba muy bien, pero que no entendía su significado. Denotaba, según yo, a un pintor francés surrealista o conceptual, pero no a un escritor experimental.
Luego, fue a través de Vila-Matas, para quien Perec es una suerte de genio en las sombras. Así, un día cualquiera encontré por un programa de intercambio de textos "Tentativa de agotar un lugar parisino" y no dudé en poner aceptar.
Al leerlo, tuve la sensación de no estar leyendo nada, no que no fuera nada nuevo, sino que nada: La literatura del vacío, de la nada... "Escribir de lo que pasa cuando no pasa nada, es decir, las calles, la gente, las nubes". Lo terminé de leer sin que me gustara mucho.
Sin embargo, tal libro es de esas lecturas que maduran de a poco en el interior, que en un principio parecen insignificantes pero que luego florecen en la memoria y lo hacen decir a uno: ¡Mama Mía! ¡Pero si es un librazo!

Ahora cada vez que puedo lo hojeo, o mejor dicho, "Ojeo" en el computador y siempre hay un nuevo punto que fluye, una nueva perspectiva que nos remite a otra historia, una novela o experimiento que cada vez que lo leo es diferente y atractivo.

Francamente notable.
 
Leí esta columna cuando fue publicada en papel. ¿Cuándo fue? La fecha sí importa porque leí 'La vida instrucciones de uso' justo en enero, justo en 2006 cuando algo se recordaba de él: su muerte, su nacimiento, no recuerdo. Y en ese momento, por esos motivos, una avalancha de Perec y de OuLiPo en Santiago. Ojalá todos hubiesen caído bajo ella.
Qué novela aquella. Lloré cuando la acabé, sobre una micro amarilla por Pedro de Valdivia. Cuando Bartlebooth (el 'otro' Bartleby) muere cerca de las ocho de la noche un 23 de junio en Simon-Crubellier 11.
Luego leí 'W o el recuerdo de la infancia' de LOM. Hermoso.
Lo mejor, lo que deja atónito era el enorme proyecto que tanto Perec como Queneau ocultan en su taller de literatura potencial: no puedes dejar de ser OuLiPo a menos que te suicides frente a otro miembro por la única razón de querer dejar de ser OuLiPo.
Bisama: el delfín-dios te manda saludos desde su nave-castillo. Yo también.
 
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